
Antonius
Stradivarius, su lutier, nació en
Cremona en 1644 y dedicó toda su vida a la creación de instrumentos de cuerda. Además,
trabajó junto a Andrea Amati, en el taller de lutería que este poseía en
Cremona, y pronto se convirtió en un reconocido lutier que poco a poco fue introduciendo diversas mejoras en los
instrumentos de su maestro, como el rediseño del mástil de los violines o el cálculo
exacto del espesor de la madera para que el sonido fuese potente y exquisito.
No obstante, era muy lento, ya que solo construía unos 20 al año, un total de
1110 en toda su carrera, aunque casi la mitad han desaparecido, se han
resquebrajado o han sido robados por las mafias que trafican con ellos, porque,
aunque parezca desmesuradamente costoso, estos violines están valorados en
millones de euros y son un negocio muy rentable, debido a que en los últimos 20
años su cotización se ha disparado en un 20000%, 10 veces más que el oro. De
hecho, el Stradivarius más caro de
toda la historia, apodado Lady Blunt,
fue comprado en 2011 por más de 15 millones de euros, y el dinero obtenido se
donó a las víctimas del tsunami de Fukushima.
No obstante, el secreto mejor guardado de
estos instrumentos no se ha descubierto todavía, pero existen varias hipótesis.
La primera, propuesta por el Laboratorio de la Universidad de Pavía, en
Cremona, sustenta que Stradivarius le aplicó a sus instrumentos una mezcla de
caseína e hidróxido de calcio, que unida a un eficaz aislante basado en el
aceite de lino y la resina de pino, hizo de estos instrumentos los mejores de
la historia. No obstante, también creen que le aplicó a cada una de sus obras
una capa de barniz confeccionada a partir de aceite, colofonia y cinabrio, la
cual sería la responsable del potente sonido de los instrumentos, aunque existe
otra posibilidad.
Según algunos
estudios recientes, la razón principal de su excelencia sería el abeto rojo y
el arce de los Balcanes con los que Stradivarius creó sus más de 550 violines,
unos 60 violonchelos, 18 violas, 2 guitarras, 14 contrabajos, un arpa… y tantos
otros Stradivarius que se han
esfumado. Según se dice, Stradivarius era un hombre con un sentido de la
perfección superlativo, y también era un maniático del trabajo, tanto, que
durante las noches de luna llena deambulaba por entre los bosques de Val di
Fiemme, donde buscaba el árbol perfecto, el árbol digno de ser utilizado por
él, y cuando lo encontraba, le arrancaba un trozo de corteza y lo martilleaba en
busca de un sonido especial. Muy pocos daban la talla, pero los que pasaban la
prueban eran talados y se transportaban al taller de Stradivarius, donde este
los dejaba secando a la espera de que sus manos pudiesen esculpir maravillas
con ellos. Sin embargo, estos árboles tenían unas cualidades especiales, ya que
pertenecían a una época glacial que azotó la zona entre 1645 y 1715 e hizo que
los árboles creciesen más lentos, por lo que se compactaron sus anillos y el
sonido que producían era mágico.
A pesar de todo,
algunos no creen que el material fuese la razón de su excelencia, sino el
barniz casero que Stradivarius les aplicaba, el cual estaba fabricado a partir
de sílice, carbón, carbonato de potasio y cenizas prensadas, que, conforme a las
investigaciones de la Universidad de Cambridge, tenían un origen volcánico. No
obstante, esta pócima mágica aún no estaba terminada, ya que faltaba pulverizar
la mezcla, disolverla en agua, cocerla y decantarla, para luego dejarla reposar
durante más de seis meses. Esa es otra razón, el tiempo, porque, como todo lo
bueno, los Stradivarius tardaban años en fabricarse.
Además, aunque
parezca imposible, España posee una de las mejores colecciones de Stradivarius
que se conoce, el Cuarteto Palatino. Este preciado conjunto, compuesto por dos
violines, una viola y un violonchelo, fue encargado por Felipe V; pero tras diversas
guerras y conflictos, no sería hasta la época de Carlos IV cuando el patrimonio
nacional español lo acogiese y empezase a disfrutar de su incalculable valor
musical.
Pero, pese a que son
los instrumentos más preciados de la música, solo existe un Stradivarius
totalmente original, el llamado Tenor
Toscano. Este, que nació en 1690 y se expone en la Galería de la Academia de
Florencia, ha sido el único que nunca se ha modificado, porque el resto de sus
compañeros han sufrido cambios constantes para mantenerlos útiles y vivos
dentro de la música.
Como conclusión, es imposible poner precio a
estas obras tremendamente perfectas, creadas por el mejor lutier de la historia, Antonius Stradivarius, y fabricadas en unas
condiciones y con unos materiales únicos. Ni los violines de su compañero de
taller Giuseppe Guarneri pueden ser comparados con los suyos. Como dijo el
afamado experto californiano Bruce Tai: “Una combinación de buen ojo, buen
oído, buenas manos, ajustes constantes y dotes artísticos” y, sobre todo, de un
misterio que parece de película.
Mario de la Fuente.